"Dios está de parte de los dictadores, casi todos mueren en sus camas.
Ahora no tengo nada, y ya nada importa de mí.
No conozco mi país y en él casi nadie me conoce a mí. "
Cena con un perro rojo








PICO DE CIGÜEÑA. Cuento.

 

PICO DE CIGÜEÑA

Mónica Lackington Fuentes


 

-Dices que mi madre era bellísima, pero que su rostro expresaba una inmensa tristeza? ¿Cómo saber si es que era así?

Aún es de poco reír, mucho silencio, pocas y evasivas palabras. Cuesta conocer su alma, aunque finalmente termina, con sus finitas palabras, diciendo la verdad.

 

Cuando murió mi hermano, un domingo al amanecer, ella se colgó del teléfono hasta que uno de mis hijos respondió:

-Hola, Gaby, ¿cómo estás?

-Hola, dame con tu mamá.

- ¿Pasa algo?

-Carlos falleció…

 

Me repitió esas dos palabras y yo solo atiné a decirle que iba a ir a ver qué había sucedido, que nos juntáramos allá, ya que otro nieto iba en camino a buscarla. En la casa de él, a nosotros no nos dijo nada. Creo que lo vio tendido y frío sobre el pasillo del departamento y solo extendió a los hijos la carpeta de la sepultura para que la usaran. Luego llegó su hermano Óscar, entonces pudo decirle: ”¡No sabes lo que es esto, Óscar…,no sabes… !”

 

Me cuesta recordar si fue entonces o a los pocos días que me dijo que todo había sido por su culpa.

- ¿Qué culpa, mamá? Tú hiciste lo mejor que pudiste en tu vida, a Carlos lo ayudaste y apoyaste siempre… ¡Qué absurdo!

-Yo fui mala, por eso me pasó esto! 

-Tú no eres mala y si hiciste algo, no es la causa de que haya muerto, ni siquiera a él se le pasó por la cabeza que podía ocurrir algo así…

 

 

Desde entonces ella pasó a ser más sombra que antes, a veces, su cuerpo temblaba o me confesaba que estaba angustiada. Para calmarla, la fui convenciendo de que mi hermano hubiese querido morir joven, sesenta y dos años, quizás era la edad justa.

Mi padre había muerto 10 años antes y ella había aprendido bastante bien a convivir con las ausencias, pensé que tal vez podría sobrellevar un nuevo dolor, pero quizá no un desgarro…

-     ¿Y me dices ahora que yo no tengo la tristeza de mi madre?

No sabes cuánto me ha costado eso…

 

 

 Después de su última caída, a sus noventa y tres años, la Gaby ha quedado más ausente, más ajena aún a lo cotidiano, tal vez más próxima a sus silencios.

 

“-Mamá, ¡dame permiso para volverme del colegio en micro!

-Bueno, te la tomas y que te deje en Renato Sánchez y caminas hasta acá. Tiene que decir Apoquindo en el letrero, ¡fíjate bien!

- ¡Claro que sí! “

Entonces, comencé a irme con la Sonia a tu casa, como tú ibas a buscarla al colegio, me invitaban y yo iba a diario.

 

Eras una madre distinta: vestías pantalones ajustados, blusas ceñidas y escotadas, maquillaje y peinado modernos, pero sobre todo, me llamaba la atención tu energía, ese entusiasmo que empapaba tus actividades y nos hacía sentirnos libres a nosotras que éramos niñas.

 


-Eras una niñita alegre y muy inteligente, yo me divertía contigo, decías que no te gustaba estar en tu casa, que siempre te retaban por algo…

 

Era una niña que disfrutaba de estar fuera de casa. Compartir habitación con mi hermana era calzarme un zapato ajustado: acostarse temprano, tener las tareas hechas, todo listo para el otro día. ¡Yo solo quería jugar!


No, mi madre no era así, sus relatos eran de acontecimientos frustrados, historias melancólicas, ella sometida a los sucesos, sin intentos por cambiar su curso…

 Hoy, le dije que tú habías mandado a decir que la recordabas guapísima, pero de mirada muy triste. Le pregunté:

 

- ¿Por qué estabas así? ¿Estabas harta de mi papá y de Carlos que se estaba portando mal en el colegio?

- ¡Puede ser! No me acuerdo…

- Y ahora, mamá, estarás aburrida de esta gente que te cuida, te habla tanto, ¿te molesta?

- No las escucho, miro para otro lado, no me interesa…

 

- “¡Eres mala, mala!” Me decía ella cuando era chiquita, aún no iba al colegio y la acompañaba a ver a mi abuela al hospital, operada de un tumor cerebral.

- Ésta le decía:”¡Tráeme a la mala, ella me entretiene!”.

- Íbamos todos los días y yo daba vueltas a una palmera enorme del patio, dejaba pasar el rato, mirando hacia arriba, oyendo el roce de las altas ramas, viéndolas bailar entre las espumas blancas.

 

“- La Mónica pasa metida en el clóset, la escucho hablar con alguien…”-le comentó ella un día a mi padre.

“- Debe estar con una amiga imaginaria. Tenemos que meterla a un colegio, que esté con otros niños. “- Respondió él.

 

La Gaby buscó, entonces, uno muy cerca del hospital. Era una casa común y corriente, la dueña, una inglesa que tenía cursos hasta segundo básico. El almuerzo era en su comedor y nos servían en platos plásticos de colores. El patio era pequeño, pero en él podía imaginar figuras en las nubes y ver dar vueltas a un “relojito” (pico de cigüeña). El tiempo, en esos días, era dulce y comprensivo…no transcurría… ¡Yo me sentía feliz!

 

- ¿Te decía que no quería estar en mi casa? Claro, ¡cómo iba a querer! Tenía dos hermanos adolescentes que eran el tema constante y un padre gruñón que temía.

En tu casa no nos faltaba juegos que inventar: maquillarnos, tomarnos fotos, planificar travesuras y sólo cuando era muy necesario, agarrar los cuadernos y estudiar o hacer las tareas para el otro día.

(A tu mamá la veía como una mujer sola, triste, asustada de tu papá, como mujer de los años 30, fumando y ausente.  Yo creo que admirabas a la mía, porque era presente, audaz y amiga de nosotras, nos hacía sentir vivas y podíamos decirle cualquier cosa y no se inmutaba…)

Mi madre aún parece llevar el “burka” del que hablas, tal vez ahora nos oculta su pesar de vivir con disgusto. Siempre insistió en que no quería tener cuidadoras ni depender de los demás, pero el tiempo le ha hecho pagar injustamente su bondad.

(Tu mamá me recuerda un libro que leí, creo que es de Virginia Woolf, donde la protagonista está descontenta con su vida y se va en las tardes a un hotel a fumar y a leer, algo que muchas pudimos haber sentido, pero no hicimos nada…)

La miro y sus ojos parecen idos, le hablo y responde con cordura. ¿Recordará su viudez, la muerte de mi hermano, sus caídas y la dificultad actual para caminar por sí sola? ¿Tiene presente la vida de las hijas que quedamos? ¿Qué la lleva de a poco lejos de este mundo?

Me han arrebatado a mi madre, se han ido llevando sus lacónicos comentarios, su respetuosa actitud y docilidad. Queda una brizna de su quietud, dulzura y celosa intimidad.

También, como ella, me vuelvo triste cuando no logro dar luz a esos espacios sombríos, movilizar esa atemporalidad enervante, robarle una pequeña sonrisa a esa dama de mirada melancólica que es lo que va quedando de mi silenciosa madre.

A VECES

 

A veces

El espejo me devuelve

Los gestos de mi madre

Y al mirarlos

       El espejo llora.

                                         (Poema de Carmen Ábalos)

 

noviembre 2021

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