"Dios está de parte de los dictadores, casi todos mueren en sus camas.
Ahora no tengo nada, y ya nada importa de mí.
No conozco mi país y en él casi nadie me conoce a mí. "
Cena con un perro rojo








Barbara Délano: Playas de Fuego, artículo de Sonia M.Martin

Hubiera querido hablar de poesía con Bárbara Délano, autora del libro Playas de Fuego, pero el destino no nos permitió tal encuentro; mientras ella viajaba a México, nosotras volvíamos a California y luego, mientras nosotras volvíamos a Chile, Bárbara viajaba entre México y Perú y en este itinerario perdimos definitivamente la comunicación, y fue para siempre, pues Bárbara partió al cielo en un conocido accidente aéreo en Perú, acaecido en octubre de 1996; pero quedó su poesía y fue Dolmen Ediciones S.A. Chile, quien rescató sus poemas y nos hizo llegar Playas de Fuego a nuestra redacción.

Mientras escribimos esta nota, nos debatimos entre el deseo de 'conversar con Bárbara' sobre poesía, o presentar primero al lector una breve biografía de la poeta chilena, que viene inserta en su libro de versos...La noche -porque escribimos de noche- nos aconseja mostrar primero la historia de la poeta a los lectores, y quizá, luego, divagar sobre poesía leyendo el libro de esta aeda sureña.



Extasis y viaje de Bárbara Délano
"Bárbara Délano Azócar nació en Santiago de Chile el 17 de octubre de 1961. Hizo estudios de Antropología y Literatura antes de partir a México, donde ingresó a la UNAM a estudiar Sicología. Hija y nieta de escritores, desarrolló muy tempranamente su vocación literaria. Publicó en vida dos obras poéticas: México-Santiago (1979), una edición artesanal realizada en conjunto con el pintor Marcos Limenes, que apareció en México, y El rumor de la niebla (1984), editada en Canadá en versión bilingüe.
En 1988, antes de retornar a México, para radicarse en ese país al que le unieron firmes lazos, fue becaria en Chile de la Fundación Pablo Neruda. Diversas antologías nacionales y extranjeras incluyen sus poemas, que han sido traducidos al francés, al inglés y al sueco. Bárbara Délano murió en octubre de 1996, en un accidente aéreo, cuando viajaba a Chile. Entre sus papeles fue hallado el manuscrito de Playas de Fuego, que finalmente ve la luz en la presente edición".

Extrañas paradojas del ser humano
Queremos mostrar otras facetas de esta poeta chilena quien duerme en el Pacífico su sueño eterno. En su libro póstumo, hay dos personas importantes que nos hablan sobre Bárbara, una es la madre de la poeta. El otro, es un buen amigo, al menos, así se presenta este hombre, quien no solo nos dice, quien es la versificadora, también analiza y nos entrega su versión personal sobre la poesía de Bárbara Delano.

Con "Una explicación" de Azócar, iniciaremos este paso por la vida familiar de la poeta y continuaremos con las palabras de Roberto Brodsky, "Habitaciones de Bárbara". Y cerraremos esta 'conversación con Bárbara Delano y su poesía' con nuestras propias divagaciones sobre lo que pudo ser nuestra propia amistad con esta joven poeta, a quien en una oportunidad, su padre, Poli Délano, nos quiso presentar, pero, como ya dijimos más arriba, siempre se interpuso entre ella y nosotras el Destino a través de un viaje de ella o nuestro...y por supuesto van también sus versos. Los que van a continuación inmediata a mis divagaciones, son versos que seleccione entre varios poemas que guardan relación con nuestros propios 'dados poéticos y Bárbara'.


Una explicación
María Luisa Azócar

"Al momento de su muerte, Bárbara vivía en un edificio de la calle Tamaulipas, al llegar a la avenida Alfonso Reyes, México DF. En la mítica y entrañablemente querida por ella, Colonia Condesa. Desde las ventanas de su departamento se veían las cúpulas amarillas y azules de la iglesia de Santa Rosa de Lima, que se encuentra justo cruzando la calzada.

Y fue allí donde llegamos con Viviana, a cumplir la extraña tarea de disponer de lo que habían sido sus bienes terrenales. Entre el dolor y la perplejidad en que nos debatíamos, encontramos ordenadas en su computadora diferentes versiones, correspondientes al período que va del 90 al 96, de los distintos proyectos poéticos en los cuales Bárbara estaba empeñada. Allí estaba ella, nuevamente, dando cuenta de su dedicación a lo que fue su más grande pasión: la poesía.

Más adelante, ya de regreso a Santiago, y con la ayuda y el trabajo de Teresa Calderón y de María Luz Moraga, a quienes agradezco por su profesionalismo, seleccionamos y configuramos el texto que aquí presentamos. Lo hemos titulado (Playas de fuego), optando por el paréntesis gráfico para señalar su carácter inconcluso. Esperamos poder así interpretar a Bárbara y respetar de paso la suspensión de su deseo. Los que conocimos a Bárbara sabemos cuán generosa era. Todos sus amigos puedan dar fe de ello. Siento que el encuentro con su poesía, para quienes la quisimos, constituye su más íntimo regalo. Regalo que esencialmente habla a la memoria, y nos insta a recordar."

Habitaciones de Bárbara
Roberto Brodsky

"Conocí a Bárbara Délano en su casa de Valencia, en el barrio de Ñuñoa, sentada en una mesa de comedor sin mantel y fumando. Me acuerdo sólo de dos cosas: que hacía un frío atroz y que yo nunca había estado antes en una casa habitada por la literatura. De lo primero se entiende que era invierno, pero habría que agregar que, en 1979, en Santiago, el invierno no era lo que es hoy. Cómo explicarlo para que no se malinterprete, para que los chicos no bostecen ni los neutros se sulfuren: Bárbara y su hermana Viviana vivían con su madre, María Luisa Azócar, psicóloga, separada del escritor Poli Délano, quien a la sazón vivía exiliado en México. No mucho tiempo antes, a fines del 76, el historiador Fernando Ortiz, pareja de María Luisa y con quien convivía desde hacía años, había sido secuestrado y desaparecido. Las tres mujeres se habían trasladado a vivir a Valencia después del golpe, tras desarmar la casa que tenían en calle Bombero Núñez.

Por entonces, y siguiendo una tradición familiar que se remontaba al escritor y periodista Luis Enrique Délano, Bárbara y Viviana eran comunistas. Anoto el dato porque no es menor: a los 18 y 15 años, ninguna de las dos aceptaba la jubilación anticipada y silenciosa que le propuso a nuestra juventud la ramplonería militar. En los veranos, ambas viajaban a México para visitar a Poli y al abuelo Luis Enrique, quien en sendos retratos de domingo un buen día fijó con el pincel en esa edad impredecible que dejaban yendo de un sitio en otro.

Del segundo recuerdo, se desprende que para esa familia la literatura estaba y vivía por sobre el materialismo histórico, las tesis novena y décima de Feuerbach, la polémica sobre Althusser y el manual de Marta Harnecker. Acaso porque, como quería Borges, lograban integrar oblicuamente esa filosofía al género fantástico donde coexistían con el conjunto de las religiones (y ya se sabe lo perdurable que son esas ramas de la literatura). Como fuera, la casa estaba habitada por algo que era más que un montón de libros donde se apilaban un montón de frases. En rigor, lo que menos ví entonces fueron libros, pero sus secretos estaban por todos los lados: en los ventanales con postigos que daban a la pileta y los árboles del fondo, en el aire recogido sobre el desorden de los papeles, en la noble superficie cruda de la mesa y, por sobre todo, pero muy por sobre todo, en la propia Bárbara: una casi niña, apenas mujer, fumando su cigarrillo como una ninfa salida de las páginas de Nabokov.

Eramos varios los friolentos esa noche: estaban entre otros, Alex Walte, que tenía una farmacia donde funcionaba el taller de poesía La Botica. Gregory Cohen, que paseaba por esos días un poema largo como él mismo por la pizzería Il Succeso; Alfonso Vásquez,que hacía sonar las suelas bajo un abrigo que parecía tractor; el arquitecto Mario Castillo -único profesional serio del grupo- y Jorge Ramírez, que lo desmenuzaba todo bajo sus gafas a lo León Trotsky. Era un cenáculo de anarcoliteratos sin un solo peso para invertir en el oficio. Yo era el nuevo, el recién llegado -extrañamente, nunca he podido dejar esa condición-, y Bárbara me recibió con una coquetería intimidante que el tiempo transformó en lealtad ciega, a prueba de amoríos y traiciones.

Mi recuerdo se dispara desde allí en todas direcciones imaginables, balbuceante, intentando retener para sí los versos del penúltimo de los poemas que forman este libro: Ibamos a ser otros íbamos a ser/quienes debíamos ser y algo para siempre/quedó trastabillando como un ciego que no logra/llegar después que han cerrado/todas las cantinas.

La imagen sugiere una derrota, pero contiene una imposibilidad: la de quien se anuncia y nunca logra volver. Era el tópico de Bárbara: regresar a casa (ese lugar cambiante de su geografía partida no en dos, sino en muchos pedazos: Y supe que tenía que marchar/El paraíso tiene muchos nombres/lejanos y hundidos como botellas en el agua),volver a ese comedor de invierno que era más que literatura y los libros, porque daba a un patio -memoria donde podría ver caer los damascos con sus pulpas abiertas, sangrando voluptuosamente sobre los recuerdos deshidratados.

Como toda utopía personal y poética -por qué no social también- la suya se fundaba en el impedimento que suponía un cierto vitalismo peformántico, incorporado ya como tradición a partir de las relecturas del buen Rimbaud. De esta tensión, entre un querer salirse y un tener que estar en la historia (el lenguaje), surgía una poesía hecha de desgarros ciertos y memorias inscrustadas por el habla de cada día, crítica y perfectamente consciente de la pérdida de significados que este movimiento creaba. Quieren ponernos las cosas difíciles te dije/considerando que las palabras ya no designan/objetos ni situaciones/sino relaciones lingüísticas/dejándonos sin frutos sin sombras/ en este infame terruño de las representaciones/, anuncia Bárbara ya en los primeros versos de estas playas.
Será tarea del crítico, si todavía existe uno con ese título en el eriazo y presuntuoso, vincular y determinar lo singular de esta poesía con respecto al panorama de la generación postgolpe. Pero vamos a alentarlo al crítico, vamos a facilitarle la pega y a abusar de las pistas que otorgan las confidencias hechas de oreja a oreja.

Más que remitir a Teillier, hacia quien Bárbara profesaba una admiración personal y literaria que la llevaba a enfrascarse en alcoholizadas batallas verbales con los seguidores de Parra y Lihn -yo, entre ellos-, la lectura de Playas de fuego, pero no sólo su lirismo de después de la batalla, sino también el hecho de su publicación póstuma, me devolvieron una y otra vez a la figura de José Carlos Becerra, el gran poeta mexicano muerto trágicamente en un accidente de autos en 1970.

Al igual que él, por esas sincronías terribles y llenas de arcaísmo, Bárbara publicó en vida sólo dos libros de poemas: México-Santiago (1970) y El Rumor de la Niebla (1984). Ambos editados en el extranjero. Como Becerra, no había cumplido aún los 35 años, dejando tras sí una producción que se seguirá escribiendo con ayuda de editores y amigos hasta verse publicada íntegramente. Por sobre estas similitudes, el parentesco se estrecha todavía más al considerar las afinidades de uno y de otro, la personal manera de asumir la poesía como un trabajo de recuperación destinado a fundar, a su vez, una nueva imposibilidad.

El tiempo que compartimos con Bárbara en un providencial y desmoblado pasaje de Macul, el año 91, me lo recuerda, trayendo a la memoria su entusiasmo por Becerra, cuando tomaba el libro marcado en La otra orilla:Sí, he perdido aquella canción/aquella canción/aquel tierno desastre -leía para sí misma-. iba a decir algo/cogí la pluma para eso/cogí mi alma para eso/¿qué iba a decir?/ Se me ocurre que una agitación parecida la llevó a escribir: He buscado una palabra solamente una palabra/para decirte es cierto que dejaremos de oír.

Hay algo adivinatorio, también, que se proyecta como una amenaza sobre el conjunto de los poemas de este libro y que no deja de espantar o asombrar. Asombro de un fin asombroso y absurdo para alguien que, sin anunciarse, estaba volviendo siempre a sentarse a la mesa para retomar la conversación y tirar las cartas, porque a Bárbara le gustaba probarse, transgredir la quietud de los espejos y hacerlos saltar de sus marcos.

Sus itinerarios, por lo demás, confirman esta obstinación. Varias veces hizo el trayecto de ida y vuelta emulando El viaje de Baudelaire (a quien leía dedicadamente, como a Vallejo), con su compañero de vida Sergio Rebolledo, mientras estuvieron juntos, y luego sola cuando se separaron.
Podría haberse quedado otras tantas veces en cualquier sitio, porque poseía un talento enorme para convencer a los demás y trabajar con ellos. En México, adonde llegó a estudiar en el año 82, se tituló en Sociología con la Medalla Gabino Barreda incluida (una distinción dada a los estudiantes que
hubieran obtenido nota 10 a lo largo de toda la carrera, algo de lo cual ella se enorgullecía con una pizca de ironía). Allí rompió su adhesión a los comunistas luego de un distanciamiento natural con las ortodoxias de cualquier signo; volvió a Santiago el 87, naufragó e hizo naufragar pasiones con una regularidad a prueba de compromisos maritales, trabajó junto al equipo del Centro de Estudios de la Mujer por un tiempo, y luego partió a refugiarse largos meses a Cartagena antes de regresar nuevamente a Ciudad de México. Me consta, a través del entrañable epistolario que cruzamos hasta semanas antes de su muerte, que en ningún lugar por donde sé que anduvo (que no son pocos ni del todo improvisados) encontró mucho más que un amante que la envolviera.

La vez que la visité en Ciudad de México, trabajaba silenciosa y porfiadamente en un conjunto de poemas que se negaban a adoptar una versión definitiva. Su voz en el departamento de la colonia Hipódromo Condesa era la misma que escucho ahora al leer Playas de Fuego, una prosodia envolvente y con algo de litúrgico, nada de declamativa, como si transmitiera un secreto. Por sus últimas cartas, sé también que estaba llena de proyectos -un guión de cine, una carpeta de relatos, una junta de viejos amigos en París, con Mauricio Electorat y Felipe Tupper- y entusiasmada con su trabajo en la Dirección de Comunicaciones de una institución oficial. Bárbara amaba la vida, había aprendido a apreciarla en períodos de máxima dificultad, deseosa de realizar cosas que florecieran con ella -cuestión de mujer y poeta- al punto que tiraba todo por la ventana con tal de hacer la siguiente y una de más, como su desprevenido y trágico viaje a Chile, del cual únicamente su amigo Sebastián Gray tenía alguna noticia.

De eso hace dos años ya, y recuerdo que ese día interminable acompañé a su padre a buscar una maleta a la casa de Valencia, antes de llevarlo a él y a María Luisa al aeropuerto donde habrían de embarcarse rumbo a Perú. Mientras Poli rebuscaba en la pieza de arriba, me senté en la mesa del comedor donde Bárbara me había atendido con un velo de gasa con la mirada, aquel invierno del 79. Apoyé las manos en la tosca superficie de madera y me quedé mirando los retratos de su hermana Viviana y de ella misma pintados por su abuelo, y que ahora colgaban del muro. Antes de que Poli bajara, me quedé un instante perplejo y en silencio, los ojos pasados por agua, apaciguado por su imagen en la tela. Con ella la sala parecía habitarse de risas y voces, de historias que nos contábamos para no dormirnos en las distancias de dos piezas, dos casas, dos países. Traté de escuchar, una vez más. Era tan dulce oírla volver.

Las gaviotas rastrearán el agua
buscando moluscos muertos
sobre las manchas de petróleo

No hay consuelo para mi boca seca
Huye de mi casa forastero
Las mujeres hablan de mí tras las puertas
La lluvia resbala
hasta tenderse sobre las agujas de los pinos

Entonces un olor de otros paraísos
abre su ventana frente a la ventana del mar

Recuerdo las iguanas tendidas bajo el sol Tulúm
más allá y antes de todo

Y supe que tenía que marchar
El paraíso tiene muchos nombres
lejanos y hundidos como botellas en el agua

Preponderancia de los grandes
Aquí el agua pasa y no se detiene

Mil colores se deshacen sobre tu rostro
Tu rostro hace una sola pregunta
¿Hay silencio en el fondo del mar?

Ciudad en ruinas
el doblez de mis ojos termina en tu orilla
No hay soporte para el trono de los elegidos
Vagarán los poetas por los caminos del óxido
Y la noche pasará el día pasará
Y vendrán las sirenas otra vez
a poblar estos mares del sur

Veo a una niña en la plaza
donde van los jubilados a jugar al azar
Lleva una falda azul y el pelo tomado en la nuca
Oscurece
Tañen las campanas de la iglesia

El odio remonta sus cicatrices
hasta hacernos morder el polvo
hasta yacer sobre la acera con las rodillas descubiertas

Las campanas repiquetean para decir no hay perdón
en esta tierra de nadie donde hemos venido a perdernos

Espacio puro, riesgo y poesía

Un poema logra lo más alto: encarar el vacío y la realidad exterior, lo presente y lo probable, lo anterior y lo venidero...quién puede definir lo que se gesta en el espíritu del poeta, mientras está en proceso de su creación. En los versos que hoy leemos del libro de Bárbara, ella parece comunicarnos lo venidero...quien haya escrito poesía, sabe que de pronto todo se detiene, el mundo pierde sus contornos y los objetos se hacen mas nítidos en nuestro interior, mientras el mundo puede permanecer borrascoso en nuestro entorno.

Tocados por el momento poético, la vida desaparece en sus aspectos reales, para dar paso a un tiempo desconocido cercano al éxtasis, en cuyas ondas líquidas como aguas dormidas hay un susurro íntimo en donde eclosiona el poema entre consciente e incosciente, se gesta como una criatura en el vientre de su madre, se alimenta de ésta, pero desde el momento de su gestación el poema -como la criatura- tiene vida propia.

El poema se nutre del lenguaje, esa misteriosa y voluptuosa carne, que se adapta a la poesía por ser esencialmente metafórico. El poema es origen, pero logra ser también materia, palabra que proviene del sánscrito y que da base a las palabras latinas como madre, matriz, madera, materia. Es decir, el poema es origen... El poema participa del 'azar' palabra de origen árabe (Yasara) que significa jugar a los dados...no olvidemos que Mallarmé concibió el poema como un tiro de dados, azar...y el azar es también un poco el Destino...Todo poema es éxtasis momentáneo, Playas de Fuego, nos dice la contratapa del poemario, fue "fruto de un riguroso trabajo escritural de más de seis años, entre Chile y México, e inscrita dentro de una obra caracterizada por su fogosidad y transparencia, Playas de Fuego constituye una permamente tensión entre la crónica y el deseo, la afasia y la palabra, el instante y la Historia. Espejo y despositario de la experiencia, el mar encarna aquí simultáneamente el deseo callado de hablar, así como la desmesura que ella abrazó y amó". Releemos los versos de Bárbara y en ellos la poeta nos muestra el camino que Mallarmé señala sobre el poema y el juego de dados...la vida y los versos son un azar...juegos de dados que van a dar al mar.

Porque todo lo que se pierda va a dar al mar
me tiendo en el borde
para oír a mis hermanos muertos
porque no soy yo la que habla
me he tendido en la colina para
que hable el mar

Y supe que tenía que marchar
El paraíso tiene muchos nombres
lejanos y hundidos como botellas
en el agua

Entonces vi el avión atravesando
el cielo
la nieve blanca se extendía abajo
y el sol era más grande que nunca
como en los dibujos de los niños
lo vi


Tómame la mano pecosa dije
para que no sintiéramos
Pero sentíamos de todas maneras
el carraspear de las bobinas y las
alas
las magníficas alas también se
caían
y se estrellaban contra el suelo
Tómame las manos le dije a mi hermana
basta ya de esta chingadera


Estos últimos versos fueron tomados por nosotras al azar de las páginas del libro Playas de Fuego, por lo tanto no constituyen un poema completo como los otros poemas que están aquí publicados.

© Sonia M. Martin



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...