"Dios está de parte de los dictadores, casi todos mueren en sus camas.
Ahora no tengo nada, y ya nada importa de mí.
No conozco mi país y en él casi nadie me conoce a mí. "
Cena con un perro rojo








TU ARDIENTE ESPADA, poesía erótica de Sonia M. Martin

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Desfallezco cuando
tu espada pendenciera
penetra
mi femenil anillo
de negro terciopelo…
Te ciño
con mis pétalos
púrpuras;
tu espada de fuego
arde candente
erguida y orgullosa
penetra…penetra…penetra
hurga, hurga hasta
tocar mi más
íntimo fondo;
yo te recibo
ofreciéndote
mis cántaros de miel
juntos bebemos al unísono
el néctar orgásmico
de nuestro
prohibido amor

Sonia M. Martin
del libro Señora de mirar de aurora




Foto: Sonia M. Martin fotografiada por Eduardo Riveros Olmos


CÁNTAROS DE MIEL, poesía erótica de Sonia M.Martin




Mis pechos
cántaros de miel
duermen en silencio
en espera de tus manos
que llegan al caer la noche


Mis alborotadoras
caderas
están silenciosas
en espera de tus manos
que se van con la madrugada

Mi piel rasga
el silencio de mi cuerpo
e irrumpe
en risas y jolgorios
cuando
tu boca besa mis cántaros de miel
y tus espada de fuego
penetra mi anillo femenino
que se adhiere
a tu espada de fuego…
en un beso de pasión
que estalla en mil orgasmos


Sonia M. Martin
del libro Señora de mirar de aurora

El desarraigo y el exilio en "Cena con un perro rojo", por Josefa Zambrano



On n’habite pas un pays,

on habite une langue.

Emile Cioran.





Cena con un Perro Rojo de Sonia M. Martin (Ediciones Tierra Mía, Ltda. Santiago de Chile, 1998. 150 páginas), no sólo es la obra ganadora del Premio “Letras de Oro”, otorgado por la Universidad de Miami en 1996, sino que también es un agradecido homenaje a Venezuela, país donde vivió la autora por más de una década.

Cena con un perro rojo es, en el decir de su autora, “una fantasía de cómo asesinar a un dictador, porque no se puede olvidar (…)”. Fantasía que está presente en el imaginario colectivo de todo pueblo que ve aniquilados sus derechos humanos y libertades ciudadanas bajo las botas y las armas de gobiernos totalitarios, militaristas, autocráticos.

Aunque Sonia M. Martín dice en los agradecimientos de Cena con un perro rojo: “Cuando me convierto en un ser delicado de esperanzas y tengo que escribir estas crónicas”, la obra es más bien una novela: la de la errancia y el desarraigo.

Novela narrada en primera persona por Bárbara Balandrón, quien junto a su marido Simón Altunate, después de casi veinte años de vivir en Venezuela, tiene que regresar a Chile debido a la muerte en extrañas circunstancias de su primo Pancho Balandrón, acaudalado terrateniente de las zonas de Coquimbo y La Serena en el Norte Chico chileno, ya que es su única y universal heredera.

Al ritmo de las gaitas zulianas, en un apartamento del caraqueño boulevard de El Cafetal y la víspera de Año Nuevo del último año de la década de los 80, con un lenguaje directo, coloquial, la narradora comienza a contar sobre los preparativos del viaje a Chile que emprenderán al día siguiente su marido y ella.

Durante el vuelo y hasta su llegada a “El Bucanero”, la propiedad de Francisco Balandrón en Coquimbo, la narradora comienza a dar cuenta del significado que tiene para ella este regreso intempestivo a su país de origen, del cual se sentía tan alejada.

Sus sentidos y pensamientos se van impregnando de los olores y paisajes de la bahía de Guayacán en la costa del Pacífico, antiguo refugio de piratas y bucaneros, que poco tiene en común con el litoral caribeño de Venezuela.

Desde el momento de su llegada al “caserón que se hiciera construir Vicente Blasco Ibáñez en Guayacán”, la narradora mira hacia atrás para rehacerse en sus recuerdos, pues al nomás entrar al jardín de “El Bucanero” el recibimiento se lo da “un hermoso regüe, el poste totémico tallado en madera de canelo usado como protección contra los malos espíritus, y cuyo perfume mareaba”. Y no podía ser otra cosa sino el monumento funerario de los araucanos el que la retrotrae hacia otro tiempo en ese mismo espacio, que aunque creía olvidados han estado siempre presentes en su memoria.

De la mano de Bárbara Balandrón el lector va conociendo de la magia, las leyendas y, desde luego, de las costumbres de la conservadora y cerrada clase alta de la zona; así como también de sus añoranzas por la forma de vida del país que acaba de dejar, y al que considera más suyo que éste de donde es originaria y con el que comienza a reencontrarse, todo lo cual motiva en ella una profunda crisis interior y la posterior búsqueda de la armonía existencial.

Sus palabras van recreando las leyendas nacidas en torno a los tesoros escondidos por los piratas y filibusteros, así como las de los que permanecen guardados en los socavones de las minas auríferas de Andacollo; las de “El Caleuche”, el galeón fantasma que navega en las noches de luna llena por las costas chilenas; las de Condorito y el Trauco de Chiloé. También permiten adentrarse en el mundo mágico-religioso de los mapuches y araucanos, el cual pervive a través de la tradición oral y la figura del o la Machi, especie de chamán(a), en las zonas rurales de las alturas de Coquimbo.

Asimismo, la narradora va revelando los detalles y objetos que caracterizan le très raffiné gôut de la clase alta chilena cuando visita la casa de Consuelo Zalaquetti, su amiga de la infancia, quien cuenta entre sus propiedades con una pinacoteca particular donde se pueden apreciar --muy bien descritas--, las obras de Hilda Crovo, la Gato Frías, Joaquín Torres García y, desde luego, “El perro rojo” de Enrique Castro Cid, artistas a quienes Sonia M. Martin rinde tributo en el capítulo tercero, “Cena con un perro rojo”, título que con acierto es el homónimo del libro.

Sonia M. Martin es escritora y periodista chilena. Ha vivido, además de Chile, en Venezuela, Francia, Alemania, Canadá y Estados Unidos, país donde actualmente reside. Ha sido miembro fundadora del CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral) y del ITI (Instituto Internacional de Teatro), así como conferencista invitada por la Bolivar’s House de la Universidad de Stanford, ya que desde hace años viene trabajando en la investigación sobre literatura, arte y teatro realizados por mujeres latinoamericanas.

En Cena con un perro rojo, Bárbara Balandrón --como toda mujer cuarentona-- comienza a cuestionar el sentido que le ha dado a su vida, a interrogarse sobre cuál será el que en adelante le dará y cómo prepararse para enfrentar el paso del tiempo que todo lo marchita: “Ni yo misma me entiendo. Tengo cuarenta y seis años. Veintiséis al servicio de mi familia (…) Tengo que tener energías para sacudir mis plumas en esta horrible primavera de mi otoño”.

El regreso a Chile le hace sentir el peso que ejercen sobre su identidad esos dos mundos en que le ha tocado moverse, pero sobre todo el de tener siempre presente: “No soy el remanente político ni económico del país en que nací. Soy idealista, y esto es un pecado mayor que ser lo ya mencionado”.

Creo que es en esa búsqueda y posterior reconstrucción interna de la identidad perdida, del dejar de sentir que “no se es ni de aquí ni de allá” que sufre todo aquel que deja su país de origen por largo tiempo, radica el mayor valor de Cena con un perro rojo. Obra que, por demás, es premonitoria de lo que estamos viviendo desde el año 1998 en Venezuela, país donde el exilio está motivado por el aspecto político, el cual condiciona a su vez los aspectos económicos y de inseguridad personal, jurídica y social que obligan a los venezolanos a emigrar masivamente, e incluso a solicitar asilo político.

Bárbara Balandrón dice: “Son tantas cosas que se atropellan dentro de mí, que no sé por dónde empezar a ordenar la madeja o mi vida; o quizá deba decir mis pensamientos. No sé en qué parte de mi vida me quedé convertida en una estatua de sal como la mujer de Lot. ¿Será que al venir del extranjero uno ve al país distinto? Hay aquí un silencio de vencidos, de pueblo sometido y al mismo tiempo una rebelión sorda que bulle por todas partes y hace que se sienta en el aire un olor a guerra civil. Me aterra pensar que un pueblo pacífico y democrático como éste, por culpa de un desquiciado de opereta termine en una guerra más sangrienta que las que hemos vivido hasta hoy (…)” ¿Y no son parecidas las palabras que expresan quienes regresan de visita a Venezuela y constatan la incertidumbre y polarización políticas engendradas por la discriminación laboral y el terrorismo de estado característicos del régimen del teniente coronel Chávez Frías?

En Cena con un perro rojo Bárbara Balandrón llega a un país que está saliendo de una larga y sangrienta dictadura, pero donde tampoco se ve con claridad si en el transcurso de la naciente democracia los responsables de tantos muertos, desaparecidos, perseguidos, exiliados y desarraigados serán juzgados y castigados, por eso dice: “Uno nunca sabe cómo se escribe la historia de los hombres. Este hombre, sus compañeros y el general pertenecen a nuestro Ejercito (…) Y yo deseo que alguien los juzgue, no permito el perdón ni el olvido de estos hechos”. Se pregunta y se responde con dolor: “¿Quién juzgará a esos hombres? ¿La historia? ¿El pueblo? ¿Tendremos capacidad de una concertación? Lo lamento –se dijo en el más doloroso sentimiento— no tengo capacidad de olvido y eso que yo no tengo muertos, desaparecidos y no soy exiliada ni política ni económica. Pero cómo me hizo daño este proceso por buscar la libertad espiritual de mis hijos. Dios está de parte de los dictadores, casi todos mueren en sus camas. Ahora no tengo nada, y ya nada importa de mí. No conozco mi país y en él casi nadie me conoce a mí. Mis hijos y yo somos mendigos emigrantes por la tierra; solamente me queda Pancho, el mar, y “El Bucanero” con los regües que trajo el abuelo…pero al menos tengo derecho a mi fantasía (…)”. Pues Bárbara Balandrón sabe que la libertad y la fantasía siempre han ido de la mano a la hora de enfrentar las infamias del autoritarismo.

Todo le parece un desacierto en el país que encuentra: “¿Sabes?, cada día que pasa menos entiendo lo que sucede en este país (…) Me tiene harta este país y su estrecho criterio. Todo el mundo está demente. No quiero que mis hijos crezcan castrados políticamente como yo, por una cuerda de ineptos y corruptos como los que nos gobiernan. O me vas a decir mamá, que tú confías a estas alturas en las fuerzas castrenses. Si alguna vez confiaste en los milicos…”

Regresa a un país que le es totalmente extraño, desconocido; por eso trata de hallar en la historia la explicación a todo cuanto los chilenos han vivido política y socialmente: “Y no me amargo más, ya que nos ensoberbecíamos por tener ciento cincuenta años de democracia… ¿Y ahora qué…?” Comienza a evaluar los defectos y virtudes de esos años de democracia perfectible que se perdieron bajo las botas y las armas de un gobierno militarista y corrupto, que no respetó derechos humanos y, mucho menos, elecciones ni votos: “Todo está aún por decidirse, no sabemos en qué terminará esta lucha infernal. Lo que sí te puedo decir es que estoy harta, y como yo, también está la gente que creyó en este gobierno de mierda. Yo no sé con mi experiencia cómo confiaron en un milico, linda. Sería en un momento de enajenación, porque militar es militar y le gusta el mando y el boato. Se inflan con el poder.”

Siente que ha perdido toda su identidad porque “el exilio había destruido la fe en su idiosincrasia” y, en consecuencia, comienza a padecer la aflicción del desarraigo y la frustración ante la imposibilidad de superarlo: “No tengo capacidad para vivir en mi país… No pertenezco a ninguna tierra. Siento que no hay esperanza para nosotros y nuestros hijos. ¡Ayúdame Simón!, no tengo frases para continuar, reconozco que soy delicada de esperanzas. Supongo que mis nietos seguirán viviendo en lo propio, ya no tendrán ese horrible acento que tengo yo. Aquí hablo con un terrible tonillo venezolano; en Venezuela tengo un espantoso dejo chileno. ¡Coño de vida! Soy una idealista a la que exiliaron… sin exiliar; estoy exonerada de mi misma; soy de las víctimas que no reclaman en los Derechos Humanos, nadie contará mi historia; nadie enviará cartas por mí, ni juntarán firmas para que entre y salga de esta tierra. Soy libre de ir y venir por mi país, yo no tengo una L en mi pasaporte; pero la tengo en mi cerebro (…)”

Comienza a añorar al país que por tanto tiempo la acogió y al cual ahora, cuando ya había logrado adaptarse, se ha visto en la necesidad de abandonar: “Quiero volver a mi país verde, necesito el tránsito enloquecedor de Caracas, sus gritos, sus desórdenes y poca clase, algún día nos daremos cuenta que sí tienen clase los tropicales… no entiendo a los chilenos; estos sureños con aire aristocrático y represivo que se sienten tan europeos; necesito la guachafita del trópico más genuina y sincera…”

Y esta nostalgia se acrecienta por el diario esfuerzo que realiza para adoptar de nuevo las costumbres de su país de origen, pues para hacerlo tiene muchas veces que mimetizarse para que sus paisanos no la traten como a alguien diferente, situación ya padecida al comienzo de su estadía en Venezuela; todo lo cual resiente profundamente su identidad, sus valores y creencias, ya que tiene que estar en un continuo proceso de simulación para conseguir la aceptación de los otros: “Para poder sobrevivir en un país que no es el tuyo, en donde eres aceptado como un allegado venido a menos, debes aprender a conducirte lo más parecido a un oriundo para subsistir, y esto destruye, éste es el problema. He tenido que aprender a camuflarme, tanto mi familia como yo. No se puede negar que uno aprende a caracterizar a un extraño personaje, pero aún con el aprendizaje del actor, es sólo una encarnación. En la noche me despojo de esa piel y me pregunto por la lejanía de esa tierra, por mis costumbres (…)” Pues durante todos los años que ha estado afuera ha idealizado al país de donde es oriunda y ha soñado con encontrarlo tal como lo dejó al salir. Quiere recuperar sus espacios, familia, recuerdos de infancia, amigos de juventud, pero encuentra que todo eso sólo existe en sus recuerdos y en el imaginario compartido, ya que la única realidad posible es la del desarraigo. “Y así me lo he pasado yo todos estos años. De pronto te encuentras con gente que te hace el transplante emocional más aliviado; y otros que te lo hacen insoportable. Asimismo, se comportan también los extranjeros, ya que hay algunos que se quejan continuamente de lo mal que se sienten lejos de la patria y lo mucho que echan de menos a su país. Y es triste, pues algunos verdaderamente no pueden volver, ya que les está prohibida la entrada a su país de origen. Otros se han decidido como yo a quedarse en Venezuela, pero no son ni de aquí ni de allá (…)”

Cada día tiene que afrontar con estoicismo el “¿De dónde eres?” que, según los sociólogos, constituye la pregunta étnica por excelencia, pues quienes se la hacen están demarcando claramente las diferencias e igualdades culturales, sobre todo a una persona que, como ella, ha logrado balancear o amalgamar, según los casos, lo que de bueno y malo tienen las culturas de cada uno de los países en que le ha tocado vivir: “Pero hay palabras, sabores, olores, cadencias, modales y pensamientos ¡que jamás adoptaré!, así como hay cosas de mi propia idiosincrasia que rechazo, como por ejemplo el decálogo chileno, que casi tengo olvidado (…)”

El desarraigo lleva a Bárbara Balandrón a considerarse una desconocida e incomprendida, y es que para ella ambos países tienen rasgos positivos y negativos; de ahí que se sienta a un mismo tiempo a gusto y disgusto en uno y otro porque, finalmente, ella cree que puede pertenecer a ambos o a ninguno. “No sólo amo la tierra en donde nací, puesto que las tierras en sí no son las que hacen daño. Son los hombres que nacen en ellas y más que nadie esos dirigentes mal habidos que de pronto tenemos en el gobierno. Yo no estoy capacitada para vivir en un régimen totalitario.” Por eso, para salvarse de la depresión a la que la precipita su conflicto de pertenencia decide evadirse mediante la fantasía de cometer el magnicidio y para ello elige como escenario el de un teatro, como ejecutora a una bailarina de ballet y como armas una granada, un gorro de cascabeles y la música de Maurice Ravel. Fantasía expiatoria que no tendrá otro fin que el de ayudarla a recobrar la fe en sí misma y en su país: “Pero yo quiero matar a mi General. Tengo derecho a mi fantasía.
Tengo derecho a no perdonar. Tengo derecho a no olvidar. Tengo derecho al amor. Tengo derecho a volver…”

“Simón, mi querido Simón, aún tenemos esperanzas…”


Esperanza que la lleva a aceptar la amalgamación entre identidad y otredad necesaria en todo proceso cultural, pues, como dice Octavio Paz, “Nunca la vida es nuestra, es de los otros. Vivir es exponerse”. Y al exponerse, Sonia M. Martin, o su alter ego Bárbara Balandrón, acepta que para una escritora, por encima de fronteras y culturas, sólo la lengua le permite crear, expresar y transformar toda fantasía liberadora en realidad escritural ajena de desarraigo.


Josefa Zambrano

Escritora




"Piegos Sueltos o María la del Castañar" novela de Sonia M.Martin, crítica de Alex Tacussis, California 2007





“Pliegos Sueltos”, o “María la del Castañar”, de Sonia M. Martin, nos ofrece una historia ancestral de profundo valor familiar y también de desgarros. Una niña de casi ocho años descubre que su nombre no es María sino Débora, por revelación de su abuela María, quien también oculta el nombre Débora. Entonces la abuela comienza a contarle el origen de la familia en Chile, cuando varios siglos atrás todos los españoles de origen judío debieron abandonar el suelo natal por mandato de la Corona. Pero una niña judía, Débora, decide desafiar este mandato y permanecer en su España amada. Su padre Yoseph busca cómo ayudarla y habla con su buen amigo el Duque de Béjar. El Duque había perdido recientemente a su hija María, y decide acoger a Débora con algunas condiciones: la niña debe aceptar el nombre María, adoptar costumbres católicas, y mantener las suyas en absoluto secreto; de esa manera él podrá decir que es su hija. Y así, al mismo tiempo que su familia abandona el país hacia tierras desconocidas, la niña da inicio a una vida nueva, para lo cual debe asumir la negación de su nombre, de sus creencias religiosas y también de sus costumbres familiares; pero a su vez tiene entera libertad de continuar observándolas, en privado, en la intimidad de sus propios pensamientos; y si algún día fuera madre de una niña, ésta se llamase María de forma oficial, y Débora privada y verdaderamente.

La Débora-María de hoy queda profundamente impresionada por esta revelación. No deja de hacerle preguntas a su abuela. Esta la aconseja que desarrolle la disciplina por escribir; pero la niña está más entusiasmada por el teatro y todas las presentaciones que suelen ocurrir en un escenario. La Débora-María de hoy vive un mundo encantador, y su madre alienta con alegría la cálida y estrecha relación entre su hija y su propia madre, algo que pareciera que duraría para siempre pero que los acontecimientos nacionales comienzan a trizar amenazadoramente.

En un lenguaje apropiadísimo, Sonia M. Martin nos va conduciendo sin interferencias por el corredor del día a día que Débora-María recorre junto a su abuela en el monasterio donde ha vivido desde siempre. Sabremos de los tejidos de calcetines, de la higuera donde suele aparecer un fantasma descabezado-el Cura sin Cabeza-“Pliegos Sueltos” o “María la del Castañar”, de los ensayos con la talentosa hija de la lavandera para el concurso del cuenta-cuentos. El libro termina y el lector queda con un deseo de conocer más, de que el relato no hubiese terminado hoy, que continuara por la sola alegría de su lectura.



Alex Tacussis
Escritor
Miembro Director de SELC & CII, Sociedad de Escritores Latinoamericanos de California y Capítulo Internacional Internet.
Noviembre 19, 2007


"PLIEGOS SUELTOS" novel by Sonia M. Martin / by ALEX TACUSSIS, United States 2009






“Pliegos Sueltos” o “María la del Castañar” by Sonia M. Martin unfolds an ancestral tale of deep family values and suffering. An almost eight-year old girl discovers that her name is not María but Debora, as her grandmother María has just revealed to her, whose hidden name is also Debora. Grandmother starts telling the girl about the origin of the family in Chile, when several centuries ago a Crown’s mandate dictated that all Spaniards with Jewish ancestors had to leave the motherland. However, a little Jew girl, Debora, decides to challenge the injunction and to stay in her beloved Spain. Her father, Yoseph, tries to help her and meet his very good friend the Duque de Béjar. The Duque had recently lost her daughter María, and comes to offer Debora to stay with him under certain conditions, from now on she will accept to be called María, make Catholic customs hers, and keep her own ones in absolute secret; in that way the Duque would be able to say she is his own daughter. So, the same day Debora’s family is leaving Spain towards unknown lands, the girl commences a new life, for which she had to assume the proscription of her real name, her religious beliefs and also her real family’s customs; and at the same time, she has entire liberty to continue observing them in privacy, in the intimacy of her own thoughts; and if one day she was mother of a girl, the girl would be officially named María, but, privately and truly, she would be Debora also.

Present time Debora-María is deeply thrilled by this revelation. She would ask her grandmother one question after the other now. Her grandmother advises her to develop a discipline in writing; but the girl is much more motivated by the plays and all events that use to occur on stage. Present time Debora-María lives in a charming world, and her mother happily cheers the close and warm relation between her daughter and her own mother, something that seems it would last forever but that the current events along the country start cracking menacingly.

With the use of a very appropriate style, Sonia M. Martin, with no intromissions of any kind, takes us along the Debora-María’s day-to-day path of occurrences that the girl and her grandmother live in the monastery they have lived in since always. The reader will know about the knitting of socks, the fig tree where a headless ghost use to show up, the practicing with Debora-María and the very talented cloth-washer woman’s daughter for the tell-stories contest. The book comes to its end and the reader wants to know more, desiring the tale had not finished today, but kept going for the sole happiness of the reading.

The English version of this book will be available soon.


Alex Tacussis
Writer
Board Director of SELC & CII – California Latin American Writers Society and Internet International Chapter
December 16, 2007




LOVE DON'T LEAVE/ poem by Sonia M. Martin





Oh! love please don't go,
There is fire within me.
and my flaming heart...
Love, please do not go.
Inside the old bag I carry,
Hidden ideals,
Butterflies' wings
And my sleepy heart.
Oh! love please don't go away,
My lips are like roses,
Where the most tender words
Are born again.
Love do not leave me
Hopeless, and sick
Dying for your love
Like a pale damsel.


Sonia M. Martin

"Cena con un perro rojo" de Sonia M. Martin: La memoria es un arma, crítica de la Dra. María Angélica Hernández Mardones, Stanford University





En el contexto del posible enjuiciamiento a Augusto Pinochet, la novela Cena con un perro rojo de Sonia Murillo, obra ganadora del Premio Literario Letras de Oro 1996, otorgado por la Universidad de Miami, constituye un antecedente literario fundamental acerca de la posición de un importante sector de intelectuales sobre el destino de los victimarios de una de las más crueles dictaduras que haya conocido la historia de América Latina. Años antes de iniciarse los procesos en contra de Pinochet, la escritora chilena Sonia M. Martin, en su novela Cena con un perro rojo, ponía en tela de juicio la propuesta de la “Reconciliación Nacional” que constituyó uno de los estandartes de un sector político chileno tras el retorno a la democracia en ese país. En parte, la reconciliación promovía, a través del lema del “perdón”, desestructurar los intentos de enjuiciamiento a quienes participaron en los crímenes de secuestros, torturas y asesinatos durante el régimen de facto. Pero, aún cuando la historia la escriben los vencedores, en Chile los vencidos han luchado por reivindicar la memoria colectiva de un período que muchos querían dejar en el olvido. En este sentido, Sonia M.Martin, narradora, periodista, poeta y dramaturga, expresa en su obra parte de ese sentimiento colectivo que, de manera persistente y especialmente impulsado por el protagónico papel de la mujer, ha logrado hacer de la memoria la mejor arma en la historia de un país donde la injusticia y la violación a los derechos humanos delineó la política interna durante dieciséis años.

Cena con un perro rojo relata el retorno de dos exiliados chilenos, Bárbara y Simón, tras más de una década de ausencia de su país. Sus años de exilio, vividos en Venezuela, les han aportado un bagaje cultural distinto que les permite visualizar la realidad de Chile desde una perspectiva más amplia y más crítica que la de sus coterráneos, y desentumecida del miedo que parece propagarse como la niebla marina en esa larga faja fronteriza del Pacífico. Con una extraordinaria capacidad de crear atmósferas, la voz autorial se interna por diversos lugares que dan cuenta de un amplio registro social del país que en la novela aún se encuentra bajo el régimen dictatorial. A cada paso, Bárbara, el personaje central, comienza a vislumbrar que, tras la aparente resignación que reina en algunos hogares, la conciencia sigue despierta y entreteje en silencio su participación activa en contra del régimen, en particular a través de las mujeres quienes, en muchos casos, toman la iniciativa para confrontar a la dictadura llegando, inclusive, a inmolarse a fin de hacer justicia. En este sentido la obra de Martin apunta también hacia una crítica al patriarcado chileno que encuentra en la dictadura su mayor expresión, pero cuyas raíces pueden trazarse a lo largo de la historia de ese país tal y como lo demuestra la incansable labor de personajes como Pastorcita, quien se ha encargado de recopilar tesoneramente toda la información acerca de Echeverría, uno de los líderes militares del régimen cuyos atroces errores e injusticias personales en el pasado han delineado las desgracias de sus descendientes, entre ellas el incesto entre dos de sus hijos, Valeria y Josef. La irresponsabilidad paternal de Echeverría bien podría conformar una metáfora en torno a un Estado que no ha querido asumir el papel que le corresponde en la dirección del destino de un país. Desde antes del régimen militar, Echeverría ha sido una imagen persistente en el panorama nacional, violando en silencio y abandonando a sus hijos a la deriva. En esta perspectiva el incesto emerge como una metáfora de esa irresponsabilidad del Estado-masculino que, como consecuencia de su ineptitud y de su desidia, llevó a Valeria y a Yosef a cometer incesto. Se trata de una aguda crítica desde la perspectiva de género, en cuanto se le adjudica al hombre, principal protagonista de la historia política chilena, una insalvable cuota de responsabilidad en el destino al que llega ese país a partir del derrocamiento y asesinato de Salvador Allende en 1973. En este sentido, la novela revaloriza el papel protagónico de los sectores tradicionalmente marginados en la sociedad chilena, entre ellos las mujeres, las comunidades indígenas y los artistas e intelectuales en su lucha por revindicar tanto sus derechos como los de otros sectores tradicionalmente victimizados por los regímenes opresores o marginados por la cultura hegemónica patriarcal. La solidaridad entre ellos es crucial para contribuir al proceso de depuración del sistema. Es el caso de Lientur, un sabio anciano mapuche quien orienta a Bárbara en la definición del papel que desempeñará como intelectual en la lucha contra la dictadura al ayudar a denunciar las atrocidades del régimen. A través de Lientur y de su familia, Martin incorpora diversos elementos mágico--religiosos de la comunidad mapuche en la novela, los cuales son articulados como hilos invisibles gracias a la presencia femenina. Es la madre de Lientur, una machi —piache o chamana— quien le enseña a él los secretos y misterios del chamanismo mapuche, y es Lientur quien se los hereda a su nieta Rocío. El contacto con esta profundidad psíquica es también el que ayuda a Bárbara a encontrarse a sí misma para poder liberarse de sus traumas y realizar una labor concreta en el bando de la resistencia. Esta percepción implica ponerse en contacto con los misterios del inconsciente a fin de que emerjan a un nivel consciente, pero haciéndolo desde una perspectiva cultural propia, fundada en las raíces ancestrales de una comunidad que conoce, mejor que nadie, los avatares de la historia del país. En cuanto al papel de la mujer, la mayoría de los personajes femeninos en la novela son los que participan de manera activa contra el régimen. Entre ellos se destaca Consuelo, quien, tras sus refinados modales de dama de la clase alta y de sus caros gustos de coleccionista de arte, lleva a cabo una importante labor en contribuir a salvar la vida de los perseguidos políticos de la dictadura. Por su parte, Sandra, Manuelita y Lidja, tres artistas víctimas de Echeverría, se inmolan asesinando a su verdugo con el fin de ejercer una justicia que, de otro modo, no parece llegar. De esta manera la escritora Sonia M. Martin apunta hacia la participación activa de esos sectores que no deben dejarse entumecer por el miedo o por la pasividad a la que se les intenta arrojar tratando de marginarlos de los procesos sociales y políticos, liderizados tradicionalmente por la presencia masculina.

Otro importante rasgo de Cena con un perro rojo es la sostenida presencia del elemento poético que, al entrelazarse con las tradiciones y leyendas culturales chilenas, contribuye a transformar las abstracciones ideológicas en signos concretos dentro del contexto político de la novela. El mar, por ejemplo, conforma una fuente de purificación, de libertad y de reencuentro con las raíces. En sus aguas transita el Caleuche, barco fantasma que, según las leyendas aparece y desaparece como por arte de magia, y que está habitado por marineros y artistas quienes festejan con algarabía en alta mar atrayendo a otros que están por morir y que renacerán a otro plano de la existencia cuando suban a bordo, para sumarse a la festiva eternidad de la otra vida. Caleuche es una palabra de origen mapuche que significa “transformado en otro ser”, connotación que Martin recrea con gran agudeza y originalidad en su novela al otorgarle a este barco fantasma un papel fundamental como fuente de rescate de los perseguidos y desaparecidos del régimen militar, gracias a la labor ejercida por los intelectuales y artistas que lo conducen por el Pacífico. Para participar en ese proceso es necesario, en el caso específico de los artistas e intelectuales, “transformarse en otro ser”, renacer en la lucha política a fin de asumir una responsabilidad para navegar en las aguas de la libertad. En este contexto, los exiliados que suben al barco, como Bárbara, asumen un papel igualmente liberador al contribuir a denunciar las atrocidades del régimen en el exterior. Esta perspectiva revaloriza el papel de los exiliados a quienes, inclusive en algunos sectores de la izquierda chilena, se les ha visto con recelo. Es importante señalar que, gracias en parte a la labor desarrollada por muchos exiliados en diversos países del mundo, se facilitaron tanto las denuncias en torno a las violaciones a los derechos humanos y a los crímenes cometidos durante el régimen de Augusto Pinochet, como el trabajo de solidaridad internacional que permitió salvar vidas y liberar a muchos presos políticos. Cena con un perro rojo revaloriza la participación de quienes, en muchos casos, tuvieron que salir del país para poder salvar su vida y la de su familia. Asimismo, la obra de Sonia M.Martin expone y desarrolla, a través de un discurso literario de gran profundidad poética, una de las mayores preocupaciones de quienes fueron víctimas del régimen militar de Augusto Pinochet: la importancia de hacer justicia porque sin ella no es posible la reconciliación. Para Martin, la fuente primordial de la justicia es la memoria, sobre la cual se funda la voz de los vencidos que no se resignan al olvido.



Dra. María Angélica Hernández Mardones
Licenciada en Comunicación Social. Universidad Central de Venezuela
Licenciada en Letras. Universidad Central de Venezuela.
Master en Español y Portugués. Washington State University
Estudiante de doctorado en el programa de Español y Portugués de la Universidad de Stanford, California.

CENA CON UN PERRO ROJO, fragmento, de Sonia M. Martin






Novela ganadora del Premio Letras de Oro 1996, 
otorgado por la Universidad de Miami, 
el Ministerio de Cultura de España y la Tarjeta American Express.


SOBRE LA VERDAD

A los que creen que el tiempo borra la verdad
o creen que el tiempo cambia la verdad
porque en sus memorias se desvanece la verdad
o porque en sus memorias nunca estuvo la verdad
que sepan que el tiempo sólo pule la verdad
para quienes no aceptan vivir sin la verdad

SOBRE LA MENTIRA
Un país que no quiere reconocer la verdad
que no quiere reconocer su verdad
es un país que intenta mentirse a sí mismo
pero no es posible mentirse a sí mismo
sólo pueden mentirse a los otros
la mentira a uno mismo es una verdad invencible.

Del poemario Convocatoria, de Hernán Montealegre K.


DEDICATORIA DE BARBARA A LAS VICTIMAS DEL GENERAL…

Para Carmen, Rodrigo, Vicente Israel García Ramírez y muchos otros más a quienes no conocí, les dedico esta fantasía de cómo asesinar a un dictador, porque no se puede olvidar y ellos están en mis recuerdos y en mi amor al prójimo. Ellos también son mis hijos desarraigados.

Para Rita Ramírez, que según su carta publicada en la revista APSI, en el número 449 del 16 de mayo de 1993, su hijo de 19 años desapareció el 30 de abril de 1977. Ella escribe y no es escuchada:” Una vez más le pido a Luis Segundo León de Guevara, que me diga lo que sabe, que contribuya a la verdad: una vez más pido a los responsables que me digan dónde está mi amado hijo; una vez más pido a los Tribunales de Justicia, que investiguen el paradero de los detenidos desaparecidos.
En memoria de mi hijo exijo toda la verdad.”
Para ellos-escribe Bárbara-les dedico lo único que me quedó de todo esto: mi fantasía.


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Bárbara cerró el libro y miró para arriba tratando de evitar que las lágrimas desordenaran sus cuidadas arrugas. Meditó un rato y se dijo: “ han pasado casi veinte años desde que yo era “rellenadora” y mi esposo “loro”. Fue una época muy especial que vivió nuestro país y no nos sentíamos culpables por pintar las blancas paredes de nuestro hermoso Barrio Alto. Violeta, Silvia, Nano, Juancho, Diego, el Pato, la Pati, la Ana María, los Obreros Municipales de las Condes…y tantas cosas más. La escuela nos que ayudó a reparar Pascual Barraza. La huella inolvidable que dejó en nuestra familia Eduardo Paredes, padre. Y esa gran soledad que sentimos que no es posible borrar con nada. Chile no está con nosotros, ni tampoco nuestros amigos de entonces. Hoy tenemos nuevas amistades, casi tan buenas o mejores que las que románticamente tenemos en nuestra mente. De esos amigos de ayer y que dejamos en el país, puedo decir que su amistad está incólume, involuta, tan hermosa y viva como ayer, la siento hoy. Los otros, con los que pintábamos murallas y parlamentábamos con los de la Brigada Ramona Parra….Casi todos han vuelto a Chile y han encontrado un lugar….

Y nosotros aquí, con el Tío Sam y la ATT, sin saber adónde nos lleva esta nube a la deriva, como califica Simón a nuestra situación. Mamá sin destino y sin saber si California es Viña del Mar o Valparaíso, teje y desteje paletós de bebés para sus bisnietos que no entenderán lo que dice. Hay un muro silencioso de lenguas entre nuestros vecinos y ella. Han pasado casi veinte años de errar por el mundo. Mis nietos crecen bilingües y yo me desespero y lucho tratando de purificar la lengua de Walt Whitman, para que no perdamos la comunicación ni las raíces. Pero nadie entiende a los exiliados de ideales. A los delicados de esperanza, como Simón y yo. Hubiera querido tener un color político definido, y el Partido me habría apoyado como a tantos otros. Hoy, luego de mi último viaje a Chile, mis impresiones son más terribles que ayer. Todo y todos me parecen florecer y me alegro tanto. Los veo hermosos y lejanos de nuestras vidas. Almorcé con Diego, antes de entrevistar a Marcela Serrano. Diego es hoy todo un abogado de frondosa barba, que ríe mientras me cuenta cómo son sus hijos y me pregunta: ¿Qué fue de la linda Patricia? ¿Se casó? Respondo que sí, que vive en Buenos Aires y que está casada con un conocido periodista y escritor. Juancho volvió de España y se casó con una joven que es casi su gemela –Marisol es idéntica a él en su aspecto físico- con la que ha procreado casi un colegio de señoritas: tres hermosas y vivarachas niñas, que estudian en La Girouette. María Elena, la hermana de Juancho, me cuenta que su hijo está por entrar a la universidad y que ella no quiere que haga el Servio Militar; sigue tan loca como hace veinte años atrás. Sergio Parra –el joven poeta que he entrevistado últimamente- ha venido a California a escribir un libro. Lo he invitado a casa. Conversamos de escritores, poetas y editoriales, aquí, en Palo Alto. Luego, me dice con un dejo de soberbia:” Y qué se han creído los que se fueron. Ellos quieren volver después de veinte años y encontrar sus puestos. Y más encima reclaman.”

Lo escucho en silencio, porque las lágrimas que tragué en esta eterna fantasía que es mi vida, no me permite pensar claramente. Simón, mi querido Simón, él sabe de mis fantasías. Soy la hija de un general –demasiado joven para General- que murió asesinado por no aceptar un Golpe de Estado. No se preocupen, papá no era chileno. Yo nací cuando lo deportaron. El amor de mis padres floreció cuando papá era diplomático en nuestro país. Cierro los ojos y continúo leyendo. Sé que lo único que me queda es mi fantasía. Y está me hace recordar la voz del “’ultimo Presidente” la mañana del 11 de septiembre, diciendo el discurso por radio. Yo vivía en Vitacura. De mi casa no queda nada. Nosotros la compramos cuando esa zona era viña y nuestros amigos nos decían: “para ir a la casa de ustedes hay que hacer un safari…” No existía nada. Ni movilización. Hoy es un hervidero de comercio. Nuestra casa ya no está. Y de alguna manera mis compatriotas no nos permiten ser chilenos otra vez. Ya no tenemos un lugar en nuestro país y quien gobierna hoy me pide que olvide. Y yo, aquí, en Palo Alto, vago con mi fantasía recordando al Último Presidente, quien al oído y como en sordina me murmura lejano, pero seguro de sus palabras:

“Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse…Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el Pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano…de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía, la traición”.

Bárbara cerró los ojos escuchando la voz del hombre y recordando tanta leyenda sobre su muerte :”se suicidó-me contó una doctora que tomaba guardia ese día en el Hospital Militar-se llamaba Eva F., y era judía” También ella se suicidó años después. “Lo mató un teniente-dice mamá-lo obligaron a ponerle una banda presidencial de balazos. Así fue como murió”.

Bárbara se repite, déjenme vivir mi fantasía, ya que en mi realidad, Juan Francisco Gómez y Francisco Franco, han muerto cómodos en sus camas. Pero yo quiero matar a mi General. Tengo derecho a mi fantasía. Tengo derecho a no perdonar. Tengo derecho a no olvidar. Tengo derecho al amor. Tengo derecho a volver…


CAPITULO PRIMERO
EL REGRESO A “EL BUCANERO”


Las gaitas venezolanas distrajeron a Simón que terminaba de leer el capítulo final de una de las novelas de Maria Vargas Llosa. Las gaitas que pasaban por las calles en ese momento picaron la curiosidad masculina. El hombre se levantó, salió de su estudio y se asomó a la terraza. La Principal de El Cafetal estaba trancada como casi siempre, pero más aún con las fiestas navideñas y vísperas del Año Nuevo; las famosas y tropicales gaitas detenían el tránsito. ¡Ah! estos venezolanos tan bonchones para todo-pensó casi en voz alta Simón-para ellos la vida es pura guachafita.

La música y los gaiteros se perdieron con su ritmo de salsa en el verde follaje de los árboles y las matas de trinitarias multicolores. Con el tránsito semiparalizado, que seguía cadencioso y lento sin chistar siquiera con un cornetazo la alegre algarabía navideña.
Simón volvió a la novela; antes de viajar debía escribir varios artículos para la prensa. Este viaje que programaba con su mujer tenía para él una proyección especial. Estaba cansado, necesitaba cambiar de clima, de vida, de todo. Se consumía en estrés e hipertensión. No quería ver ni un Aldomet más en el viaje, ni tampoco un ansiolítico. Pensó en la última rueda de prensa con el escritor peruano. Vargas Llosa ya tenía el pelo encanecido, pero se veía fuerte y joven; algo tenso, quizá aburrido tras esa sonrisa afable y sus bien pensadas respuestas sobre cualquier tema que le preguntaran los periodistas. Simón no volvió a su estudio. Tomó el libro de Vargas Llosa y se dirigió a su habitación. En el cuarto su mujer daba los últimos toques al equipaje. Presionando con rodillas y cuerpo sobre la última maleta, Bárbara ofrecía un fundillo como una flor, sus muslos lisos y fuertes se tensaban a la fuerza ejercida por ésta en las correas de la maleta.
La atracción desplegada por su mujer, aún a estas alturas de la vida matrimonial, ponían a Simón frenético, pero se retuvo-Falta mucho le dijo. Ella, jadeante, levantó la cabeza y relampagueante contestó-Si. ¿ Qué llevaras para leer? Le preguntó él. –Nada, nada, quiero des-can-sar.
El marido salió del cuarto, prefirió sumirse en sus propios pensamientos, a una estéril discusión. Volvió a la novela….

Sonia M.Martin
Derechos Reservados
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